domingo, 9 de enero de 2011

Interferencia

Parecen advertir que no se necesitan, que están bien así: el florero en la mesita de centro, la pintura realista en la pared color manzana, la familia, el domingo, el despertador de los lunes y los martes. Advierten que su ser está contento con esa estabilidad de catálogo, de simetría y dos de azúcar. Ya no buscan porque están hartos de encontrarse y tener que amanecer desnudos, con ese frio de noviembre, con esas ansias de piel y de palabras; se han quedado sin ellos mismos, suben los puentes y ya no creen en las mariposas, llevan un calendario en el bolsillo, dejaron que el tic-tac de la ciudad marcara sus pasos y que todo fuera a la manera en que tienen que ser las cosas ¿Pero cuál manera? Si después de todo aún recuerdan sus nombres, existen por milagro, porque aprendieron que los puentes son más que estructuras que conectan, porque pintar una habitación es también empezar una nueva vida, un silencio. Así están, seguro se recuerdan, seguro que tienen ganas de mirarse a los ojos, de tomar el teléfono y escucharse, empezar por escuchar que la vida ha terminado por ser eso que te venden las gaseosas, el shampoo para el cabello o la comida sin co-les-te-rol, decirse que han visto como la vida sigue realmente sin ellos, sin la nostalgia, sin la sábanas, sin la metafísica que surgía de sus cuerpos...

Advierten que es mejor así, pero saben que no es cierto.