, entonces salió por la ventana, pensando en el gris que cubría el escritorio del cuarto donde solía escribir cartas. Afuera volvió a recordar la inusitada tarde en la que conoció la soledad: esa baba incolora que recorría cada centímetro cúbico de su cerebro carcomido por las abejas y el odio. Entonces vomitó, como nunca antes había vomitado, retorciéndose en el pasto del cuarto donde se encontraba ahora, sin una sola luz, ni un lugar donde poner la carga que traía amarrada a su brazo izquierdo que sangraba y manchaba la alfombra.
Tuvo un poco de miedo, entretuvo su mirada en una cuarteadura que rodeaba el techo y que quedaba junto al tragaluz amarillento. Se retorció de nuevo, sintiendo como la carne se pudría lentamente, como advirtiéndole que la pared podía derrumbarse en cualquier momento.
Entonces salió por la ventana, pensando. Y sin recordar lo que pensaba, tomó el revolver y se voló los sesos manchando la alfombra, el escritorio y la nada;
lunes, 14 de julio de 2008
Nueve
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